“Hay algo más importante que la lógica: es la imaginación”, decía Alfred Hitchcock. Para saber si existe relación entre ese pensamiento del maestro del suspenso y los thrillers psicológicos con hechos que hoy afectan a nuestra sociedad, repasemos algunos sucesos recientes y otros no tanto de la historia de Argentina.
Por Nicolás Karavaski (*)
En nuestro país, la actividad de las comunicaciones surgió gracias a emprendimientos privados. Hacia fines del siglo XIX, con la instalación del tendido telegráfico a un lado del ferrocarril uniendo grandes ciudades como Buenos Aires y Rosario, las comunicaciones comenzaron a parecerse a como las conocemos en la actualidad. Luego, y de manera incipiente debido al acotado y selecto grupo de destinatarios, comenzó a expandirse a demanda lo que hoy conocemos como el servicio básico telefónico. Esto puede verse reflejado en que los tres primeros usuarios fueron un presidente de la Nación, un ministro Nacional y un intendente de Buenos Aires (Julio Argentino Roca, Bernardo de Irigoyen y Marcelo T. de Alvear respectivamente).
La actividad pasó por ciclos que, si se considera conceptualmente la forma en la que fue administrada, se repitieron a lo largo de la historia. Durante el gobierno de Perón, a mediados del siglo XX, el Estado comenzó a desarrollar la actividad en un principio de manera mixta, hasta que resolvió estatizarla definitivamente creando la Empresa Nacional de Telecomunicaciones (ENTel), con el fin de masificar un servicio que había empezado a volverse estratégico. Más tarde, a comienzos de la década del 90, el gobierno de Menem decidió privatizar nuevamente la actividad para darle eficiencia, liquidando la ENTeL en dos regiones territoriales a nivel país, norte y sur, concesionándola a Telecom y Telefónica respectivamente, de manera exclusiva por 10 años. Finalmente, en el año 2000 el gobierno de de la Rúa completa la liberalización de la actividad, segmentado a quienes brindaban el servicio en históricos (Telecom y Telefónica), independientes (cooperativas) y nuevos entrantes.
Esos ciclos en la manera de administrar la actividad, habitualmente estuvieron justificados en lo que sería más beneficioso para los habitantes de la República Argentina. Primero tener garantizado el acceso al servicio, luego disponer de un servicio eficientemente prestado y finalmente poder elegir entre distintos servicios según cual fuera más conveniente. Lo cierto es que la realidad se encontró lejos de ello ya que la forma de gestionar la actividad siempre estuvo más relacionada a necesidades económicas que se fueron cubriendo a la vez que se mantenía un status quo que se asumía como el más beneficioso para todo el ecosistema.
Alcanza con observar superficialmente el último período de la liberación total de la actividad del año 2000: se le permitió a dos empresas mantener el oligopolio de una de las redes que conectan a 9 millones de hogares en Argentina (la otra red la monopoliza una sola empresa, aunque para otro servicio) y además poder incidir significativamente sobre otras empresas que desearan utilizar esas redes para desarrollar sus negocios (interconexión) a cambio de lo cual se le fijó el precio del abono.
Si tomamos una foto para intentar analizar con más detalle la situación actual, veremos que en la Argentina se mantienen activas esas casi 9 millones de líneas que proporcionan el servicio básico telefónico, muchas de las cuales además tienen la posibilidad de brindar servicios de internet a través del ADSL. Casi el 90% de esas líneas se las reparten las empresas Telecom y Telefónica.
Estudios de la Unión Internacional de Telecomunicaciones y de distintas consultoras globales especializadas afirman que la interconexión es esencial para la interoperabilidad de redes y es crítica para la existencia de competencia efectiva y de inversiones eficientes. También sostienen que representa entre el 20% y 70% de los costos operativos de las empresas de telecomunicaciones.
En Argentina esos estudios observan cierto nivel de relación entre los ingresos que perciben las empresas versus los costos que tienen por brindar cada uno de esos servicios. Por ejemplo, del 100% de los costos de las líneas telefónicas fijas el 67% corresponde a internet ADSL y el 9% a voz, mientras que del 100% de los ingresos que perciben, el 40% pertenece a internet ADSL y el 32% a voz.
Esos mismos estudios arrojaron un saldo negativo en la relación entre los precios que cobran las empresas versus los costos que tienen, de casi $25 por línea al mes, por brindar el servicio básico telefónico, cuyas tarifas se encuentran inmovilizadas desde el año 1999 y es potestad del poder ejecutivo autorizar modificaciones.
Haciendo cuentas rápidas, $25 por cada línea mensualmente representan más de $2.700 millones anuales. Y justamente ese monto se repartiría entre Telecom y Telefónica (90%), así como cooperativas y pymes mediante el aumento que se estaría autorizando a partir de mayo de este año.
Para un simple ciudadano eso es muchísimo dinero. Pero para alguien que debe hacer una inversión como la que pretende el gobierno cuando habla de convergencia, no. Sobre todo si se toma en cuenta que para cambiar cada línea de par de cobre a fibra óptica se debería invertir en promedio $10.000 por cada una de esas líneas, totalizando $90 mil millones.
Las últimas intenciones del gobierno anterior reflejadas en la debatida Ley 27.078, tales como disponer de un control sobre los precios que se cobrarán a los usuarios finales o considerar a todo el territorio nacional como una única área de explotación y prestación para que todos los argentinos paguen igual por los mismos servicios, y las primeras intenciones unilaterales del actual gobierno plasmadas en el DNU 267/2015, como justificar en pos de la convergencia prohibiciones a empresas y permisos para aumentos de precios como compensación, hacen pensar que nuevamente prevalecerá el status quo por sobre lo más beneficioso para los habitantes de la República Argentina en materia de telecomunicaciones.
Evidentemente, el desarrollo de las TIC y las Telecomunicaciones en la Argentina en este 2016, no parecerían una buena y atrapante película de suspenso de Hitchcock, sino más bien un documental aburrido y mal enfocado de un director “medio pelo” a quien le dieron un mal guión.
(*) Ingeniero en Comunicaciones – MBA. En Twitter es @nkaravaski