El valor de los datos como una de las ventajas centrales de empresas, organizaciones y gobiernos.
Por Luciano Galup
En los últimos días una serie de noticias refrescaron el tema del análisis de datos para construir conocimiento sobre los ciudadanos. En Clarín se comentaba el uso de herramientas de big data para el análisis y desarrollo de la campaña de Cambiemos en la Provincia de Buenos Aires. Mientras tanto nos enterábamos que detrás del voluntarismo de change.org se sostiene una enorme maquinaria de venta de datos personales de los que firman peticiones. Por su parte el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires anunció el llamado a licitación de una plataforma de Big Data con el sospechoso fin de detectar posibles fraudes en diversas plataformas digitales que incluían -y aquí lo sospechoso- redes sociales. Este breve recorrido pone de nuevo el foco en que los datos son muy valiosos, y tenerlos es una de las principales ventajas de empresas, organizaciones y gobiernos de nuestra época.
En análisis de datos y el tan de moda término “Big Data” se pueden utilizar para una infinidad de objetivos. El área en el que quizás esté más desarrollado es la financiera, en la detección de fraudes y evaluación riesgo crediticio. También se pueden utilizar datos para mejorar los sistemas de tránsito de las ciudades, administrar de forma eficiente la distribución de bicicletas en estaciones o anticipar brotes de algunas enfermedades. En realidad los datos se pueden utilizar para cualquier cosa, y este es el principal distintivo de nuestra época, la época de los datos. Juntar información es muy barato, porque el almacenamiento es muy accesible. Por primera vez en la historia de la humanidad podemos juntar más datos de los que suponemos vamos a necesitar. Esto permite muchas veces invertir el proceso de investigación e ir a un conjunto de datos a ver que se va a encontrar, en vez de tener que ahorrar espacio de almacenamiento recortando fragmentos a partir de una hipótesis previa.
Además de prevenir posibles fraudes bancarios y de darnos la posibilidad de ver los 519 goles de Messi en una infografía distribuidos en el minuto en que los hizo, los datos son una tentación para la comunicación porque nos permiten conocer a los ciudadanos. Esto es: segmentarlos por gustos, intereses, miedos o consumos.
Los datos están haciendo repensar gran parte de las estrategias de comunicación política. Casi todas las interacciones cotidianas que realizamos dejan una huella que es almacenable y analizable. Ya sea voluntaria -interacciones, contenidos, ubicaciones, suscripciones- o involuntaria -cookies, búsquedas, registros, consumos- esta huella habla de los gustos, intereses, tiempos, recorridos y actividades de cada uno de los millones de personas que transitan por la ciudad o acceden a internet. Para enriquecer más las posibilidades esa información cruzada con variables demoscópicas y demográficas permite generar niveles de conocimiento de los ciudadanos inimaginables hace apenas unos años.
¿Por qué esta importancia de los datos? Porque lo que está en juego es la atención de los ciudadanos. Bajo el concepto de “Economía de la Atención” Michael Goldhaber pone la mirada en cómo las redes sociales están modificando nuestras pautas de consumo: “Una gran cantidad de información crea una pobreza de atención y una necesidad de asignar esa atención eficientemente entre la sobreabundancia de fuentes de información que podrían consumirla”. La política compite por la atención de ciudadanos en ecosistemas sobrecargados de información y de estímulos. Con una dificultad agregada, el discurso político no puede -ni debe- prescindir de posicionamientos ideológicos, que generan mayores complejidades de lectura y requieren mayores esfuerzos a la atención. Es en el marco de esta “pobreza de la atención” donde se intenta generar conexiones con los ciudadanos, y los datos que disponemos de ellos nos permiten saber de qué forma podemos lograr que dediquen algunos segundos de la poca atención que disponen a lo que nos importa que conozcan de nuestras propuestas. En el utópico escenario en que se sepa que decirle a cada uno de los ciudadanos en función de lo que le interesa, las posibilidades de éxito de las estrategias de comunicación se amplían de manera significativa.
En este escenario las bases de datos van a generar un nuevo tipo de desigualdad en las campañas políticas que excede a la económica. Si durante mucho tiempo los recursos de la campaña se contaban en función del presupuesto disponible; hoy esa no es la única variable. Los datos y los equipos de científicos de datos que las analizan tienen un rol tan importante como los fondos disponibles.
Y aquí se presenta un nuevo problema a la hora de garantizar igualdad de oportunidades en la participación democrática. Una discusión sobre como se utilizan y como se regula el uso de los datos de los ciudadanos. Principalmente por la enorme ventaja que tienen los oficialismos –que administran los datos de los ciudadanos a partir de diversas fuentes- a la hora de acceder a esa información. Las campañas cuentan con regulación referida a los gastos y su financiamiento. Quizás esa regulación debería alcanzar a un nuevo tipo de riqueza, la riqueza de nuestra era: los datos.